Ir al contenido principal

Apuntes sobre escritores radicales: Juan-Eduardo Cirlot

Los autores incluidos en mi libro "Apuntes sobre escritores radicales" pertenecen a varias generaciones, separadas entre sí por varios decenios. Esto se debe a que, tras los inicios de los años sesenta, en los comienzos de los setenta, el grupo N.O. creó una nueva atmósfera con la bandera de la poesía experimental como referencia. Debido a ello, escritores pertenecientes a generaciones muy anteriores, como en le caso que hoy nos ocupa, de Juan-Eduardo Cirlot, se acercaron de inmediato a los nuevos planteamientos, e incluso se sumaron a las primeras filas de la vanguardia renacida. Este hecho, debido a su carácter atípico (los jóvenes guiaron a los mayores) no ha sido comprendido hasta ahora por los historiadores, y en algunos casos se ha interpretado en sentido contrario a lo que verdaderamente sucedió. Es lo que se puede esperar cuando se transgreden las normas y las costumbres. Aparte de esto, estos autores hicieron aportaciones muy significativas a la poesía experimental, y es bueno y adecuado señalarlo.


Julio Campal nunca llegó a conocer en persona a Juan-Eduardo Cirlot, ni llegó a cartearse con él, aunque sí conocía sus publicaciones como crítico, e incluso su poesía. Y yo no hubiera llegado a tratarle posiblemente si Campal no hubiera muerto y yo no hubiera escrito una nota introductoria a sus poemas “combinatorios” para su publicación en la revista Poesía española. La fama de Cirlot como poeta, y de forma especial como crítico, era muy grande en los ambientes culturales, y más aún en el mundo de las galerías y los pintores en el que se movía habitualmente Campal.

A Cirlot le seguía también un “áurea negra”, una fama de la que se hablaba en contadas ocasiones, pero que todo el mundo conocía. Es cierto que cada persona tenía su propia versión, no pocas veces contradictoria con la de los demás. Y es que era una leyenda fundada en algunos datos reales, pero alimentada por tópicos, verdades a medias, deformaciones... Especialmente enconadas eran las “denuncias” sobre la ideología “nazi” de Cirlot y su pretendida defensa del lugarteniente de Hitler, prisionero de los Aliados.

Los hechos, ahora conocidos, ponen a cada uno en su sitio, pero la verdad es que en los años sesenta, para acercarse a Cirlot había que tomar una decisión claramente arriesgada. Porque la fama de este poeta-crítico-teórico (para mí, por encima de todo, artista) era cierta sobre todo en lo referente a su carácter peculiar y a sus ideas obsesivas.

Es muy posible que si el propio Cirlot no hubiera tomado la iniciativa y me hubiera escrito, nunca se habría iniciado nuestra relación. Fue a propósito de esa nota que acompañaba a una pequeña antología de poemas de Julio Campal que publicó la revista de Jose García Nieto, Poesía española. En ese texto yo citaba a Cirlot como precedente de los poemas combinatorios de Campal, entre otras razones porque él mismo me lo había confesado.

La carta, fecha el día 8 de julio del año 68, tras el saludo inicial, iba directamente al asunto: “Ayer, gracias a que Molina me envió el número de mayo de “Poesía española” vi su artículo citándome, lo que le agradezco pues en este país (y acaso en los otros) todo cae en la nada.”

La carta venía acompañada de la reedición (que se acababa de imprimir de su libro del año 1955) Palacio de plata junto con Cristo cristal, que había sido su primera obra producida por lo que él llamaba el “procedimiento permutatorio absoluto”. El resto de la carta era para defender su modelo, derivado de “la técnica dodecafónica de Schoenberg.” En la parte superior de la carta, escrita a mano, una postdata me indicaba que si me interesaba su “poesía ya le mandaré otras cosas mías.”

Aproximadamente un mes después, hice un viaje a Italia, para participar en el Festival de Fiumalbo, y en la parada de Barcelona, llamé a Cirlot por teléfono que, de inmediato me invitó a ir a su domicilio en la calle Herzegovino. Fuí allí en efecto, por la tarde, y mantuvimos una cordial entrevista.

Al finalizar me acompañó hasta el autobús, y –lo recuerdo bien- detenidos en una escalera que comunicaba dos calles, me habló de su relación con Antoni Tapies:

- Así es la vida: Yo que me inventé a Tapies, tengo que ir todos los días a trabajar a la editorial para mantener a mi familia, mientras que él vende sus cuadros a un millón de pesetas. Pero dicho esto tengo que reconocer que, mientras yo escribo lo que quiero, Tapies tiene que pintar siempre el mismo cuadro por imposición de su marchand.


Diez años después de su muerte (en 1973), escribí y leí para una sección de Radio-3 (RNE) un artículo sobre Cirlot en el que utilizaba la metáfora de la hoguera ardiente, terrible, a la que nadie puede acercarse hasta que se convierte en rescoldos. Es decir, hasta que muere. Y anunciaba, ya entonces, una continua recuperación de Cirlot, sobre todo como poeta.

Por cierto que, en los últimos meses de su vida, experimenté una curiosa e inexplicable sensación : Me fue imposible contestar a varias de sus cartas. Un día me llegó la noticia de su muerte a los cincuenta y pocos años. También diez años después viví una experiencia casi gemela con Felipe Boso. Seguramente, el propio Cirlot hubiera estado muy interesado en esta experiencia, si yo hubiera sido capaz de comunicarme con él.

Justo en esos años, Cirlot trabajó en sus poemas fonoplásticos, acercándose a la poesía visual de forma consciente y deliberada, para sorpresa mía. Aún guardo las fotocopias que me envió, y sobre las cuales nunca llegué a decirle nada.

 

Juan Eduardo Cirlot. Foto: Francesc Català-Roca

Juan Eduardo Cirlot. Foto: Francesc Català-Roca. Fondos del MNCARS



Comentarios

También pueden interesarte: